ESPACIO


  Dice García Viñó: "En muchas de sus leyendas, entre las que se cuentan, sin duda, las más características, Bécquer, que es cronológicamente un posromántico, se muestra cargado de elementos estéticos propios del romanticismo, especialmente en cuanto hace referencia al escenario: ruinas, nocturno, lluvia, relámpagos, truenos, soledad, vejez, espectros, misterio, irrealidad, melancolía, tenebrismo, brumas, silencios cargados de un latente más allá, presencias invisibles, vaguedad, consideración subjetiva de la Naturaleza ...
  La realidad que inspiraba las leyendas era conocida por los lectores, pero la naturaleza que rodeaba al protagonista, aunque procedía de un espacio real, adquiría características sobrenaturales que servían como escenografía de lo fantástico.
   Aunque Bécquer vivió en una época convulsa, sus leyendas se evaden a una época alejada temporalmente: la Edad Media. Esto coincide con el espíritu romántico que mostraba preferencia por ruinas, castillos, iglesias para marco de la acción. Además adapta los personajes y el lenguaje a la realidad que evoca. Por eso hay caballeros y damas, pajes, afición a la caza, empleo de un vocabulario del momento que se evoca...
 Bécquer prefiere las ciudades antiguas (Soria, Toledo, Sevilla) como lugares propicios para la imaginación o el misterio. Incorporó hermosas descripciones de paisaje:


    " Los álamos, cuyas plateadas hojas movía el aire con un rumor dulcísimo, los sauces que inclinados sobre la limpia corriente humedecían en ella las puntas de sus desmayadas ramas, y los apretados carrascales por cuyos troncos subían y se enredaban las madreselvas y las campanillas azules, formaban un espeso muro de follaje alrededor del remanso del río.
     El viento, agitando los frondosos pabellones de verdura que derramaban en torno de su flotante sombra, dejaba penetrar a intervalos un furtivo rayo de luz, que brillaba como un relámpago de plata sobre la superficie de las aguas inmóviles y profundas.
     Oculto tras los matojos, con el oído atento al más leve rumor y la vista clavada en el punto en donde según sus cálculos debían aparecer las corzas, Garcés esperó inútilmente un gran espacio de tiempo.
     Todo permanecía a su alrededor sumido en una profunda calma.
     Poco a poco, y bien fuese que el peso de la noche, que ya había pasado de la mitad, comenzara a dejarse sentir, bien que el lejano murmullo del agua, el penetrante aroma de las flores silvestres y las caricias del viento comunicasen a sus sentidos el dulce sopor en que parecía estar impregnada la Naturaleza toda, el enamorado mozo que hasta aquel punto había estado entretenido revolviendo en su mente las más halagüeñas imaginaciones, comenzó a sentir que sus ideas se elaboraban con más lentitud y sus pensamientos tomaban formas más leves e indecisas". (La corza blanca)
 La naturaleza incluso llega a cobrar voz a través del agua y el viento, que hablaban a los protagonistas de la historia. Este animismo conectaba con la unidad de espíritu y naturaleza que aceptaban algunos escritores en la época:
"Entonces, a la manera que se oye hablar entre sueños con un eco lejano y confuso, les pareció percibir entre aquellos rumores sin nombre sonidos inarticulados como los de un niño que quiere y no puede llamar a su madre; luego palabras que se repetían una vez y otra, siempre lo mismo; después frases inconexas y dislocadas sin orden ni sentido, y por último... por último comenzaron a hablar el viento vagando entre los árboles y el agua saltando de risco en risco.
     Y hablaban así:
EL AGUA.- ¡Mujer!..., ¡mujer!..., óyeme..., óyeme y acércate para oírme, que yo besaré tus pies mientras tiemblo al copiar tu imagen en el foqdo sombrío de mis ondas ¡Mujer!..., óyeme, que mis murmullos son palabras.
EL VIENTO.- ¡Niña!... niña gentil, levanta tu cabeza, déjame en paz besar tu frente, en tanto que agito tus cabellos. Niña gentil, escúchame, que yo sé hablar también y murmuraré al oído frases cariñosas.
MARTA.- ¡Oh! ¡Habla, habla que yo te comprenderé porque mi inteligencia flota en un vértigo, como flotan tus palabras indecisas!
     Habla misteriosa corriente.
MAGDALENA.- Tengo miedo. ¡Aire de la noche, aire de perfumes, refrescan mi frente que arde! Dime algo que me infunda valor porque mi espíritu vacila".(El gnomo)
   Destacan las ruinas, algo que no puede extrañar en quien amante de ellas. Fueron el escenario de muchas de las leyendas. Esto no puede extrañar en Bécquer, porque las estudió y veía en ellas los restos de ese pasado que quería conservar y que fueron un escenario muy del gusto de los románticos. Aparecen en La cruz del diablo, El Monte de las Ánimas o El Miserere.

"Las gotas de agua que se filtraban por entre las grietas de los rotos arcos y caían sobre las losas con un rumor acompasado, como el de la péndola de un reloj; los gritos del búho, que graznaba refugiado bajo el nimbo de piedra de una imagen, de pie aún en el hueco de un muro; el ruido de los reptiles, que despiertos de su letargo por la tempestad sacaban sus disformes cabezas de los agujeros donde duermen, o se arrastraban por entre los jaramagos y los zarzales que crecían al pie del altar, entre las junturas de las lápidas sepulcrales que formaban el pavimento de la iglesia, todos esos extraños y misteriosos murmullos del campo, de la soledad y de la noche, llegaban perceptibles al oído del romero que, sentado sobre la mutilada estatua de una tumba, aguardaba ansioso la hora en que debiera realizarse el prodigio.(El miserere)
   En otras ocasiones son espacios todavía en pie, templos o catedrales que podían tener un protagonismo decisivo en la historia:

" ¡La catedral de Toledo! Figuraos un bosque de gigantes palmeras de granito que al entrelazar sus ramas forman una bóveda colosal y magnífica, bajo la que se guarece y vive, con la vida que le ha prestado el genio, toda una creación de seres imaginarios y reales.
     Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, en donde se mezclan y confunden con las tinieblas de las naves los rayos de colores de las ojivas; donde lucha y se pierde con la oscuridad del santuario el fulgor de las lámparas.
     Figuraos un mundo de piedra, inmenso como el espíritu de nuestra religión, sombrío como sus tradiciones, enigmático como sus parábolas, y todavía no tendréis una idea remota de ese eterno monumento del entusiasmo y la fe de nuestros mayores, sobre el que los siglos han derramado a porfía el tesoro de sus creencias, de su inspiración y de sus artes.
     En su seno viven el silencio, la majestad, la poesía del misticismo, y un santo horror que
defiende sus umbrales contra los pensamientos mundanos y las mezquinas pasiones de la tierra.
     La consunción material se alivia respirando el aire puro de las montañas, el ateísmo debe curarse respirando su atmósfera de fe.
Pero si grande, si imponente se presenta la catedral a nuestros ojos a cualquiera hora que se penetra en su recinto misterioso y sagrado, nunca produce una impresión tan profunda como en los días en que despliega todas las galas de su pompa religiosa, en que sus tabernáculos se cubren de oro y pedrería; sus gradas de alfombra y sus pilares de tapices!" (La ajorca de oro)
La oscuridad de la noche es otra constante, porque impedía conocer el autentico alcance del peligro. Formaba parte de lo sublime:

"Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente.
     Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, después de atravesar el puente, desde donde contempló un momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los Templarios.
     La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo, cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor y de júbilo.
     En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la oscuridad. " (El rayo de luna)
   También tienen mucha importancia los sonidos  estridentes que llenaban el alma de terror, y que actúan como generadores de espacio:

 "Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad." (El monte de las ánimas)
   "Aunque no falta la descripción de lugares deliciosos; de algún paisaje diurno, si no alegre, al menos tranquilo y luminoso ; de algún nocturno sereno y perfumado, de luna clara, alto silencio y soledad solemne, lo que abunda en los escenarios de las leyendas son los laberintos de callejas estrechas, oscuras y tortuosas, sombrías, silenciosas y solitarias, en las que apenas se oyen ladridos lejanos, rumores de voces, susurros del viento; los crepúsculos melancólicos, tristes, cuando no henchidos y amenazantes, los nocturnos oscuros, lóbregos, anubarrados o lluviosos, con aullidos del viento, chirridos, rumores confusos, sonidos misteriosos, ladridos, lejanas voces"- sintetiza Ribó


   Abundan las descripciones de las fuerzas desatadas de la naturaleza y todo ello trata de crear en el lector estados de excitación porque dan miedo.


Guía de lectura Oxford
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