ESTILO

   

    Podemos señalar dos registros diferentes en la obra. Por un lado nos encontramos con el de la lengua estándar de la época que utiliza en las introducciones como recopilador de leyendas populares.
  En la segunda parte, en que se relata la leyenda propiamente dicha, el lenguaje se adapta a la época en que esta se desarrolla y es mucho más plástico, mucho más cuidado literariamente.
   El hecho de que en prosa se emplee el párrafo largo y la sintaxis compuesta y en verso, el párrafo corto y las oraciones simples, no es excepcional y puede comprobarse en numerosos escritores clásicos y románticos. 
      Pueden hallarse fácilmente largos párrafos de sintaxis complicada:

"Luego, poco a poco fue cesando el ruido y la animación; los vidrios de colores de las altas ojivas del palacio dejaron de brillar; atravesó por entre los apiñados grupos la última cabalgata; la gente del pueblo, a su vez, empezó a dispersarse en todas direcciones, perdiéndose entre las sombras del enmarañado laberinto de calles oscuras, estrechas y torcidas, y ya no turbaba el profundo silencio de la noche más que el grito lejano de vela de algún guerrero, el rumor de los pasos de algún curioso que se retiraba el último, o el ruido que producían las aldabas de algunas puertas al cerrarse, cuando en lo alto de la escalinata que conduela a la plataforma del palacio apareció un caballero, el cual, después de tender la vista a todos los lados como buscando a alguien que debía esperarle, descendió lentamente hasta la cuesta del alcázar, por la que se dirigió hacia el Zocodover". (El Cristo de la calavera).

  En cuanto a la adjetivación, Gonzalo Sobejano, en su libro El 'epíteto en la lírica española, dedica un capítulo al estudio de los epítetos becquerianos. Las conclusiones a que llega son las siguientes en lo que respecta a su poesía: "La característica de Bécquer es, en este aspecto, la desnudez, o, quizá más exactamente, la pobreza, pero una pobreza feliz." (391). Estudia los epítetos de Bécquer agrupándolos en tres secciones: epítetos tradicionales, epítetos enfáticos y epítetos subjetivos, acumulando ejemplos. «Todos estos ejemplos -termina- de un valor tan selecto y sugestivo, compensan la indudable pobreza adjetival que ofrece la lengua de Bécquer. Pero esta pobreza era un arma contra el romanticismo degenerado. 

   Por el contrario, la abundancia de epítetos en la prosa forma contraste con la escasez del verso. Además, en la prosa es frecuente la aparición de bimembraciones de epítetos (Sombra espesísima e impenetrable; castillo oscuro e imponente; cenagosa y sangrienta; crispadas y horribles). Destaca su especial capacidad para captar el suceso sobrenatural y presentarlo ante los ojos de los lectores. 

"La noche comenzaba a extender sus sombras, la luna rielaba en la superficie del lago, la niebla se arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas... Ven... ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando como un conjuro. Ven... y la mujer misteriosa le llamaba al borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso... un beso...

Fernando dio un paso hacia ella... otro... y sintió unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve... y vaciló... y perdió pie, y calló al agua con un rumor sordo y lúgubre".(Los ojos verdes)

   La crítica ha destacado la musicalidad y el lirismo de su prosa: acertada selección de imágenes y metáforas, capacidad para transmitir sensaciones. Su maestría se muestra sobre todo en las descripciones, con especial riqueza de efectos lumínicos - que se ha puesto en relación con su formación plástica.

"La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos, chispeaba en los ricos joyeles de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de las dueñas, vinieron a formar un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio. Junto a aquella verja, de pie, envueltos en sus capas de color galoneadas de oro, dejando entrever con estudiado descuido las encomiendas rojas y verdes, en la una mano el fieltro, cuyas plumas besaban los tapices, la otra sobre los bruñidos gavilanes del estoque o acariciando el pomo del cincelado puñal, los caballeros veinticuatros, con gran parte de lo mejor de la nobleza sevillana, parecían formar un muro, destinado a defender a sus hijas y a sus esposas del contacto de la plebe. Ésta, que se agitaba en el fondo de las naves, con un rumor parecido al del mar cuando se alborota, prorrumpió en una aclamación de júbilo, acompañada del discordante sonido de las sonajas y los panderos, al mirar aparecer al arzobispo, el cual, después de sentarse junto al altar mayor bajo un solio de grana que rodearon sus familiares, echó por tres veces la bendición al pueblo".(Maese Pérez el organista)

"El real de los cristianos se extendía por todo el campo de Guadaira, hasta tocar en la margen izquierda del Guadalquivir. Enfrente del real y destacándose sobre el luminoso horizonte, se alzaban los muros de Sevilla flanqueados de torres almenadas y fuertes. Por encima de la corona de almenas rebosaba la verdura de los mil jardines de la morisca ciudad, y entre las oscuras manchas del follaje lucían los miradores blancos como la nieve, los minaretes de las mezquitas y la gigantesca atalaya, sobre cuyo aéreo pretil lanzaban chispas de luz, heridas por el sol, las cuatro grandes bolas de oro, que desde el campo de los cristianos parecían cuatro llamas".(La promesa)

   En cuanto al léxico, destaca por la riqueza y abundancia, en especial cuando está evocando épocas pasadas. Las palabras utilizadas, arcaizantes, poco usadas, contribuyen a la ambientación de la leyenda.