LAS LEYENDAS DE BÉCQUER



   Fueron publicadas en las secciones literarias de los periódicos de tipo conservador en que colaboró (1858-1864), como El contemporáneo, La Ilustración de Madrid o La América. Un año después de su muerte, sus amigos reunieron los manuscritos inéditos, las Rimas, Leyendas y Cartas, que había publicado de manera dispersa, en dos volúmenes.
   Los temas provenían de su interés por la arqueología, la tradición y la historia de España, pero también respondían al interés del público por las historias de fantasmas. Bécquer se adaptó a esos gustos y dio a sus protagonistas los rasgos propios del Romanticismo: el idealismo, la soledad, el rechazo de la sociedad.
   Son escritos de circunstancias, sin intención de unidad, como otros muchos artículos que escribió. Aunque algo tienen en común, son relatos individuales y nada tienen que ver las dos de ambiente hindú (El caudillo de las manos rojas y La creación) con el resto. Incluso Tres fechas, considerada por el autor como leyenda, es un relato autobiográfico. 
   Puesto que estaban escritas para periódicos, estaban subordinadas a lo que estos precisasen. Muchas veces había que escribir con precipitación, para rellenar un hueco y sin tiempo para corregirlas. Por eso se puede decir que son obras de circunstancias, pensadas para aparecer en prensa. Se difundían rápidamente, pero su recuerdo era efímero. Algunos autores recogían sus escritos periodísticos en un libro, pero Bécquer no lo hizo.
   Para él una leyenda era un cuento popular y tradicional, se transmitía oralmente de padres a hijos, y del que se desprendía una enseñanza. Él solo actúa como transmisor de esas tradiciones, para que no se pierdan en un mundo en que todo lo antiguo parece destinado a desaparecer. Hace lo mismo que los costumbristas de su época, que buscan el tipismo popular deformado por las exageraciones románticas. Se considera un cronista verídico, porque le interesa que el lector le crea. Por eso no inventa paisajes, ni monumentos, sino que recoge todo de la realidad para que esto sea una prueba de que la historia es verídica.
   El género ya había sido practicado con anterioridad en el Romanticismo. Trueba y Cossío publicó en 1830 España romántica. Colección de anécdotas y sucesos novelescos sacados de la Historia de España (1840). La leyenda contó en ese momento con sus propios elementos caracterizadores: presencia de un vago historicismo medieval, la intervención de lo sobrenatural cristiano, o la imitación de las leyendas folclóricas, entre otros.
   Ribot y Fonseré (prólogo a su leyenda versificada Solimán y Zaida, 1849), indicaba que le leyenda era accesible a todo tipo de lectores y no exigía conocimientos previos, sino un corazón que supiera sentir. También Zorrilla (Apuntaciones para un sermón sobre los novísimos. Tradición, 1841) señalaba el origen popular de la leyenda tradicional, al tiempo que consideraba carente de importancia el hecho de que se ajustase a la verdad histórica. 
   Muchas de las leyendas decimonónicas se situaban en un pasado remoto, frecuentemente en la Edad Media idealizada. En este caso ofrecían un retrato de hábitos y costumbres de héroes caballerescos y amores corteses.
 La crítica especializada ha señalado aportaciones novedosas al género por parte de Bécquer. Por un lado, se ha visto en ellas una culminación y superación del cuento legendario romántico. También se ha señalado su relación con los romances narrativos y el cuento tradicional del XIX. De la fusión del cuento en verso y del cuento folclórico nacería la leyenda becqueriana con ingredientes típicos de la narrativa romántica, de las baladas y otros poemas de autores extranjeros y de algunas narraciones fantásticas germánicas o anglosajonas.
 Benitez fue más allá al ver en Bécquer todo un recreador del género que dio a este un nuevo tratamiento más acorde con la nueva sensibilidad, que, a pesar de mantener cierta deuda con sus predecesores en las técnicas de descripción arqueológica o las expresivas de lo sublime terrorífico, tendió a la verosimilitud realista, a respetar la economía y los modos del relato popular y, sobre todo, a crear un ambiente de maravilla lírica, similar al de los cuentos de hadas.